lunes, 28 de noviembre de 2016

In Time: vivir nos cuesta la vida



No tengo tiempo. No tengo tiempo para preocuparme cómo pasó. Así son las cosas. Estamos diseñados genéticamente para dejar de envejecer a los 25. El problema es que vivimos solo un año más, a menos que consigamos más tiempo. Ahora el tiempo es la moneda, lo ganamos y lo gastamos. Los ricos viven para siempre y los demás…Solo quisiera despertar con más tiempo en mis manos que horas en el día”, dice el protagonista de In Time al inicio de la película.
“El precio del mañana”, según su versión para Latinoamérica, es una película de ciencia ficción, futurista, distópica, escrita y dirigida por el gran Andrew Niccol, quien afortunadamente ya nos tiene acostumbrados a películas de este estilo.
A primera vista parece ser una gran obra que se presenta como crítica al sistema capitalista, aunque en cuanto nos ponemos un poco más exigentes podríamos afirmar que es un diagnóstico un tanto reduccionista de la sociedad actual y una solución demasiado simplista, dejándonos gusto a poco desde una mirada posicionada en la crítica socio-cultural.
Hechas las aclaraciones pertinentes, y autolimitándonos en las temáticas a encarar, nos centraremos en tres grandes asuntos: la desigualdad de oportunidades de origen, el consumismo en una sociedad capitalista, y el sistema como mecanismo de control social y garante del statu quo. Comencemos…
¿Se puede elegir dónde nacer?. No. ¿Es lo mismo nacer en el Gueto o en New Greenwich?. No. ¿Los que nacen tienen alguna responsabilidad para determinar dónde nacen?. No. ¿Hay diferencia entre nacer en un lado o el otro?. Sí, claramente. Y por eso el sistema es, en sí mismo, injusto. Unos viven al día, casi suplicando no morir minuto a minuto. Otros, viven una vida llena de lujos. Y como dice el rico suicida: “Para que algunos sean inmortales muchos deben morir… Si todos vivieran para siempre, ¿dónde los pondríamos?. ¿Por qué crees que hay zonas horarias? ¿Por qué crees que los precios suben todos los días en el gueto? Los costos de vida aumentan para que las personas sigan muriendo. ¿Hombres con un millón de años mientras que la mayoría vive al día? La verdad es que hay más que suficiente, nadie tiene que morir antes de tiempo”.
La famosa máxima “time is money” se hace realidad, y el tiempo es la moneda, el dinero, el nuevo valor de cambio. Karl Marx decía que el rasgo particular de la sociedad capitalista es que en ella la fuerza de trabajo es también una mercancía. En In Time, el tiempo de vida, la vida misma, es mercancía. En vez de dedicar tiempo a trabajar para ganar dinero y poder consumir, se dedica tiempo a trabajar para ganar tiempo y poder consumir(¿se?). El consumo (del tiempo) es inevitable, inexorable. Vivir nos cuesta la vida. Este capitalismo líquido radicaliza, aunque no necesita esforzarse mucho, lo que tan bien explican Zygmunt Bauman (modernidad líquida y consumismo) e Ignacio Lewkowicz (tiempos de fluidez y consumidores), entre tantos otros. Y agrego: el pensador argentino nos invita a “pensar sin estado”, algo que se lleva al extremo en la película. Lo estatal se manifiesta en los guardianes del tiempo, mientras que el Mercado maneja la vida de las personas, y por eso la fluidez, la liquidez, los consumidores…
El salario que se le paga a un trabajador en nuestras sociedades cumple la función de permitirle recuperar energías para seguir trabajando: alimentarse y descansar (y aparece en escena la plusvalía). En In Time se paga con tiempo, pero cumple la misma función. Tiempo para comprar comida, tiempo para poder descansar y dormir. Y seguir trabajando. Y así. ¿O acaso en qué se consume mayormente el tiempo del pueblo trabajador si no es en trabajar, comer y dormir?.
El nacer en un lugar u otro implica una desigualdad de oportunidades de origen, previa a todo esfuerzo posible, a todo mérito que se quiera exigir. Y, para asegurarse que todo siga igual, el sistema se encarga de mantener el orden vigente a través de reglas de juego claras que no hay que andar modificando. Existe una desigualdad de origen que se transforma en desigualdad de acceso. Existen barreras económicas, físicas, llamadas peajes. Son infranqueables. El ascenso social, si bien no está prohibido explícitamente, es imposible ipso facto. Excepto que haya un error en la Matrix. Que un rico, asqueado, saturado, baje a los suburbios, regale todo su tiempo-dinero, y se suicide. Y que ese tiempo-dinero caiga en las manos de alguien dispuesto a hacer algo con eso, con toda una historia familiar detrás. “Sí, se puede”, dirán algunos, colaborando a construir un sentido común meritocrático donde la excepción jamás será regla, colaborando al control social manteniendo el statu quo que beneficia a unos pocos en detrimento de muchos.
Will Salas dice: “nadie tiene culpa de nacer donde nace”. Ni unos ni otros. De ambos lados de la grieta, que la hay y profundamente marcada, nadie elige desde dónde empezar. Pero sí hay posibilidades, mínimas, situadas, de hacer algo. Sylvia Weis es la representante de la clase privilegiada tomando conciencia de la situación y pasando a la praxis. Su padre, en cambio, celebra el capitalismo darwiniano donde sobreviven los más poderosos y mueren los más vulnerables. Cultura del descarte, diría el Papa Francisco.
¿Cómo hace el sistema para mantener las desigualdades?. Se controlan los flujos de tiempo, se aumentan los precios e impuestos, se dan préstamos y suben las tasas de interés, se eleva el valor de los peajes para segregar y, de ser necesario, aparece en escena la fuerza represiva. Porque un pobre con dinero es culpable hasta que se demuestre lo contrario, pero nunca se cuestiona el origen de la riqueza en las clases privilegiadas.
Que la solución sean dos Robin Hood del futuro, parece simplista. “¿Es robar lo que ya fue robado?”, repiten en la película. Sin llegar a los cien años de perdón, se deja entrever cierta idea de destino universal de los bienes. La seguridad jurídica reclamada desde arriba implica mantener el actual estado de cosas, este orden arbitrario, modificable, que se nos presenta como natural. “No tengo tiempo para preocuparme cómo pasó. Así son las cosas”. Y quizás lo más terrible del sistema es, en palabras del protagonista, que el pobre muere y el rico no vive”.

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